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A 100 años de “Introducción del narcisismo”

Manuel Baldiz

Mesa redonda de la AEHP

24 de mayo de 2014

“Cualquier gusano que se considerase el primero entre sus semejantes, alcanzaría inmediatamente el estatuto de ser humano”

(Emile Cioran, “Ese maldito yo”)


Ante todo quiero expresar mi satisfacción y mi agradecimiento por estar hoy aquí en esta mesa redonda.

La verdad es que me parece una excelente idea ésta de celebrar el centenario de una publicación importante.

He optado por no entrar en mi presentación en terrenos excesivamente eruditos, como podría ser por ejemplo la controversia histórica alrededor del narcisismo primario y el secundario (sobre la que se ha escrito mucho) y el sentido, o no, de conservar hoy en día dicha dualidad teórica.

Hablaré desde Freud y desde Lacan, y también me apoyaré en algunos autores actuales no necesariamente psicoanalíticos.


Lo primero que quiero destacar es que creo que para cualquier estudioso, sea cual sea su orientación teórico-clínica, “Introducción del narcisismo” es uno de los textos fundamentales en la obra de Sigmund Freud, uno de esos textos que marcan un antes y un después en la progresiva construcción del edificio conceptual del psicoanálisis.

Puede sostenerse que, de alguna manera, la Traumdeutung, es decir “La interpretación de los sueños”, es el primer gran escrito de Freud. Su propio autor quiso, como probablemente ya sabéis, que coincidiera con el año 1900, en un gesto lleno de resonancias simbólicas. Ese sería un primer momento esencial en la historia del pensamiento freudiano. A Lacan le gustaba decir que dicho texto, junto a “Psicopatología de la vida cotidiana” y “El chiste y su relación con el inconsciente” constituyen la llamada Trilogía del significante en Freud, es decir tres investigaciones en las que el padre del psicoanálisis, aunque no utiliza el término significante simplemente porque lo desconoce (aunque Ferdinand de Sausssure está en ese mismo momento sentando las bases de la lingüística moderna) Freud, digo, se topa en esos tres escritos con las leyes básicas del inconsciente (sobre todo la condensaxción y el desplazamiento, que se corresponden con la metáfora y la metonimia) y las explora a fondo en el marco de su primera tópica.

Catorce años después, a punto de iniciarse la primera guerra mundial y en pleno apogeo del movimiento psicoanalítico internacional, que se ha desplegado de una manera que era impensable a principios de siglo, es cuando Freud entrega al mundo su “Introducción del narcisismo”.

Unos años más tarde, en 1920, escribe otro de esos textos predestinados a la inmortalidad y a la controversia casi infinita: “Más allá del principio del placer”. Y en el 23, “El yo y el ello”.


Entonces, muy esquemáticamente, podríamos decir que el escrito que celebramos hoy ocupa un lugar intermedio, cronológicamente hablando, pero también desde un punto de vista conceptual, entre ese primer estallido de investigaciones sobre la lógica del inconsciente y ese otro gran escrito en el que Freud se enfrenta a la repetición y a la pulsión de muerte.

Se ha dicho repetidas veces que en este escrito sobre el narcisismo Freud ve tambalear su primer modelo pulsional de pulsiones de conservaciones y pulsiones sexuales, ya que ahora el yo aparece también como un objeto preferente de la libido.

En el año 1936, antes de la muerte de Freud y del inicio de la segunda guerra mundial, Jacques Lacan presenta por vez primera sus elaboraciones sobre el estadio del espejo. Es en el Congreso de Marienbad y Lacan es interrumpido por Ernest Jones a los diez minutos de su exposición, por problemas de tiempo en la mesa redonda.

No será hasta el año 1949, en Zurich, que Lacan podrá exponer sin limitaciones temporales su ponencia sobre el espejo, la cual, muchos años después, en la década de los 60, aparecerá publicada en los “Escritos”.

Animo a todo aquel que no haya leído todavía ese texto, incluso a los que tengan reservas ó resistencias frente a Lacan, y a los que nunca se hayan interesado por ninguno de sus escritos…. animo a que le den una oportunidad, ya que se trata también de un texto histórico, un texto fundamental en la historia del psicoanálisis, y además es un escrito muy breve, de solamente 33 párrafos. Y no especialmente difícil, a pesar de la mala prensa que tiene el estilo barroco de Lacan.

¿Por qué me detengo en el estadio del espejo de Lacan? Porque constituye, a todas luces, un excelente complemento de “Introducción del narcisismo”.

En su escrito, Freud trata de contestar la pregunta ¿Qué relación guarda el narcisismo con el autoerotismo (que previamente nos había descrito como un estado muy temprano de la libido)? Y nos dice que al comienzo no existe una unidad comparable al yo, ya que éste tiene que ser desarrollado. Así pues, las pulsiones autoeróticas son iniciales, están desde el inicio, pero, y aquí cito textualmente a Freud, en la página 74 de la edición de Amorrortu, “algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya”.

Pues bien, esa “acción psíquica” a la que alude Freud es lo que Lacan desarrolla bajo el título “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”.

Ese escrito lacaniano que les invito a leer a aquellos que no lo hayan leído nunca, es, si me lo permiten decir así, una brillantísima nota a pie de página que desarrolla lúcidamente esa frase de Freud de 1914.

Lacan, apoyándose en investigaciones de Henri Wallon y en observaciones de la Gestalt y de la etología, demuestra cómo un lactante, desde los 6 meses hasta los 18 aproximadamente, pasa de la vivencia del cuerpo fragmentado y la impotencia motriz a la asunción jubilosa de su imagen reflejada en el espejo (o en la mirada de los otros) que constituye una matriz en la que el yo se precipita en una forma primordial que luego le permite objetivarse en la dialéctica de la identificación con los semejantes. El estadio del espejo es una identificación, la transformación producida en el sujeto al asumir su imagen. Pero ello tiene un alto precio de alienación, ya que el “infans” se ve completo allí donde realmente no está, en una imagen exterior y sostenida por los otros. No es solamente un mecanismo de organización libidinal, sino que prefigura una estructura ontológica del psiquismo humano.

Quiero subrayar que tanto en este escrito como en desarrollos posteriores, Lacan va a insistir en dos cuestiones respecto del narcisismo:

-La primera es la importancia de distinguir, como ya insinuaba Freud en 1914, entre el yo ideal y el ideal del yo, aunque en la primera traducción de López-Ballesteros para la editorial Biblioteca Nueva no se supo plasmar esa diferencia y hubo que esperar a la traducción que figura en las Obras completas de Amorrortu.

El yo ideal remite directamente a la imagen especular y al pequeño otro. Sin embargo, el ideal del yo, tal y como el propio Freud lo argumenta un poco mejor en su conferencia 31 del año 1933, puede considerarse como el precipitado de la vieja representación de los progenitores, y constituye un esbozo del superyo. Lacan añade que se trata por tanto de una instancia simbólica y que se vincula, de algún modo, con la castración.

-Y la segunda cuestión es su crítica, dura e implacable, de los autores posfreudianos que elaboran la psicología del Yo y apuestan por fortalecer en las curas analíticas las supuestas partes sanas del mismo.

Para Lacan, el yo es esencialmente una “función de desconocimiento”. Radicaliza la idea freudiana de que no somos los amos de nuestra propia casa y ahonda todavía más en esa herida narcisista que el padre del psicoanálisis decía haber inflingido a la humanidad después de Copérnico y Darwin. Opone el yo al sujeto del inconsciente, y en la praxis analítica lacaniana la brújula esencial en la dirección de la cura no pasa por la instancia yoica sino por el deseo.

“Me-connaitre es igual a meconnaitre” (conocer-me es desconocer) es un afortunado juego de palabras que Lacan propone para recordarnos su tesis del desconocimiento intrínseco a la instancia yoica.

En castellano tenemos otro afortunado juego de palabras que dio título a un libro de Miquel Bassols: “Tu yo no es tuyo”, con dos posibles sentidos de lectura según como puntuemos la última palabra: “tuyo” ó “tu yo”.


Hay un viejo y extraño precepto que nos conmina a amar al prójimo como a uno mismo. Tanto Freud como Lacan escribieron explícitamente sobre lo engañoso y paradójico de ese precepto moral y las ambivalencias que les suscitaba. Para intentar cumplirlo, la primera dificultad estriba en que no está nada claro que los seres humanos nos amemos a nosotros mismos. En todo caso hay que precisar bien de qué clase de amor se trata cuando un sujeto supuestamente se toma a sí mismo como objeto de amor. El psicoanálisis desvela en el corazón de cada ser humano una poderosa fuerza a la que se dio un nombre mítico: narcisismo. Pero el narcisismo que nos habita no es una simple e inocente manera de querer-se o de gustar-se.

Lacan decía que la experiencia analítica también ilumina en el fondo del hombre lo que podemos denominar el odio de sí. Ya en el relato del mito se ve con claridad como se trata de una fuerza que puede llevar hasta la muerte: Narciso queda capturado en la fascinación mortal de su propia imagen.

Quiero hacer ahora algunas consideraciones sobre la pareja narcisismo-amor y a la vez ciertas reflexiones sobre el narcisismo en la actualidad.

Vivimos en la época de lo “auto”: basta percatarse de la omnipresencia del concepto de “autoestima” (más que de “concepto” habría que calificarlo de “emblema”) que se publicita como clave de superación de muchos malestares, y también del éxito abrumador de los llamados libros de “autoayuda”.

Aún y a riesgo de que se me acuse de ser un aguafiestas o de querer nadar a contracorriente, conviene advertir que no siempre es apropiado incentivar la susodicha autoestima puesto que, en muchos casos, lo único que así conseguiremos es alimentar todavía más el siniestro narcisismo escondido en todo sujeto.

El auge de lo “auto” es coherente con el “american way of life” en el que el mito del “self-made-man” (hombre hecho a sí mismo) es fundamental desde hace ya muchas décadas. Alguien que se hace a sí mismo es alguien que ignora radicalmente que nuestra constitución como sujetos tiene lugar siempre en el campo del Otro. Probablemente nos convendría un poco más de “heteroestima”, aunque el espíritu contemporáneo no sea muy propicio a lo “hetero”, a la alteridad, a la diferencia, y empuja, por el contrario a la homogeneización de los egos y de los goces.

La psicoanalista Colette Soler ha propuesto el neologismo “narcinismo” (mixto de cinismo y narcisismo) para designar una de las dimensiones más claras del espíritu actual. “Un estado de la sociedad en el que a falta de grandes causas que trasciendan al individuo (…) cada cual no tiene más causa posible que sí mismo”.

El neurótico no es un cínico, no asume su goce caiga quien caiga. El neurótico es Narciso pero sin mirarse demasiado en el espejo sino haciéndolo a través de los espejos y de las miradas de los otros, buscando su aprobación. Su imagen ideal depende de los semejantes.

Por ello la neurosis no se acomoda del todo al imperativo actual de la ética “narcínica” que promociona al individuo como valor máximo y hace del otro un puro instrumento para el beneficio personal.

La estructura perversa es la más afín a esa lógica. Con ello no quiero decir que los sujetos ahora sean más perversos, no creo que haya más estructuras perversas individuales que en otras épocas, pero si que hay un clima generalizado que empuja fuertemente hacia lo perverso. Y bastantes sujetos sufren por ello, desarrollando síntomas y malestares diversos, depresiones, trastornos alimentarios, adicciones, etc… Y se constata que hay más soledad que nunca. No deja de ser paradójico que en la época de las llamadas redes sociales y de los centenares de “amigos” en red, los ciudadanos sufran cada vez más de soledad. Un detalle significativo es también el llamado fenómeno de los “singles”.

Reconozcamos, no obstante, que tampoco es nada fácil transitar el camino del amor al otro. Si volvemos a nuestro imperativo, se nos dice allí que hemos de amar al “prójimo” y esa es la segunda dificultad: ¿qué es eso del prójimo? Etimológicamente remite al próximo, al que está cerca, y su significado es equivalente al de “semejante”. La historia nos demuestra cómo a menudo lo que nos resulta más difícil es precisamente la convivencia con aquellos que están más cerca de nosotros o más se nos parecen (un ejemplo muy claro de ello es el de los árabes para los españoles). Aunque en el racismo subyace un temor profundo a lo diferente (sostenido con frecuencia por la suposición fantasiosa de un goce también diferente, y por supuesto superior) nuestra ambivalencia frente a lo distinto se camufla y se sublima con frecuencia en el interés por lo “exótico”. Pero aquello que Freud bautizó como “el narcisismo de las pequeñas diferencias” es uno de los ingredientes esenciales en la dificultad cotidiana de soportar a esos otros que se nos parecen tanto que son casi como nuestro reflejo. El yo de cada uno se ha forjado con materiales procedentes de los otros, de sus semejantes que han actuado como espejos constituyentes. Todos somos múltiples y todos tenemos una parte extranjera en nuestro propio interior. Solamente si somos conscientes de ello podremos abordar de una manera realista ese viejo y extraño precepto.

Os he traído una copia de la famosa representación de “Eco y Narciso” de John William Waterhouse, un cuadro precioso sobre el mito en cuestión.

Podéis ver a Eco, la joven que ama a Narciso, en un lado de la imagen, mirando a su amado. Pero Narciso no la mira a ella, está encantado y abstraído mirando su propio reflejo en las aguas del río.

En nuestra contemporaneidad, para actualizar esta escena, bastaría con pintar a Narciso mirando embobado una pantalla, ya sea la de un iPhone o la de un iPad, ó haciéndose un “selfie”, un autorretrato con su teléfono móvil.

No sé si sabéis que los editores del Oxford Dictionary eligieron “selfie” como la palabra del año pasado, del 2013. Los “selfies” se han convertido en una verdadera epidemia, y ahora ya tienen algunas subclases, como los after-sex, es decir después de haber tenido relaciones sexuales, y los “belfies” que es un autorretrato pero no de la cara sino de las nalgas, del culo en definitiva.

Incluso los “selfies” se han cobrado ya su primera víctima mortal. Una mujer joven de Carolina del Norte iba en coche al trabajo escuchando la radio. Al oír una canción que le gustaba especialmente se hizo un “selfie” y lo colgó en Internet añadiendo una frase acerca de lo feliz que se sentía. Al hacerlo, se despistó un momento, se saltó la mediana de la autovía y chocó frontalmente con otro vehículo. Murió en el mismo instante en que en la gran red de Internet aparecía su auto-foto con el anuncio al mundo de su felicidad.

¿Qué mejor síntoma del narcisismo contemporáneo que el hecho de que cada día se cuelguen en la red de redes millones de fotografías banales que sólo pretenden suscitar la admiración o la envidia de los otros?

Lacan acuñó el término conceptual “extimidad” para dar cuenta de cómo lo más íntimo de la estructura puede vivirse, en ocasiones, como algo ajeno y extraño al propio individuo. Curiosamente, desde hace algunos años, algunos sociólogos e incluso varios periodistas están empezando a utilizar esa palabra lacaniana, “extimidad”, para referirse al hecho llamativo de que aquello que hasta hace muy poco se consideraba propio de la intimidad más reservada, de lo más privado, ahora se exhibe a los cuatro vientos, por todo el mundo y sin ningún pudor.


Hemos pasado además en muy poco tiempo de un paradigma que nos decía que habíamos venido a este mundo para sufrir (un valle de lágrimas), a otro, oscuramente mezclado con los imperativos de la sociedad de consumo, que nos dice que hemos venido a este mundo para disfrutar. Comprobamos día a día como esa paradójica exigencia de disfrutar está teniendo efectos clínicos indiscutibles en muchos sujetos. Al mismo tiempo, los progresos de la técnica nos impulsan al culto de la avidez: con la técnica, lo posible se vuelve deseable y lo deseable instantáneamente necesario (como bien saben utilizar los “creativos” publicitarios).

Nietzsche nos había advertido de ese error peligroso cuando escribió en su “Genealogía de la moral”: “Sufro: indudablemente alguien tiene que ser el causante, así razonan las ovejas enfermizas”. En palabras de Pascal Bruckner, la tentación de la inocencia es una creciente enfermedad del individualismo actual que se expande en dos direcciones, el infantilismo y la victimización, dos maneras de huir de la dificultad de ser, dos estrategias de la irresponsabilidad bienaventurada. Es algo comprobable también cada vez más en la práctica clínica de los analistas, así como en la vida cotidiana y en los medios de comunicación.

Los vínculos son cada vez más precarios, ya sean de familia, amor o trabajo. Sin embargo aparecen síntomas que tratan de disfrazar esa falta de vínculos a través del llamado “oversharing”, es decir la sobreutilización de las redes sociales, el síndrome enfermizo de compartirlo todo, hasta lo más trivial, hasta las fotos de las deposiciones de los recién nacidos. Se dice que 8 de cada 10 bebés ya cuenta con algún tipo de presencia en las redes internáuticas nada más nacer. Es una inflación sin freno, tragicómica, de la dimensión más imaginaria del yo ideal frente al eclipse progresivo de los ideales más simbólicos y reguladores.


Para acabar, hemos de ser conscientes de que el narcisismo es inevitable. Sin narcisismo no podríamos existir como sujetos. Se deriva, en parte, de la posición que ocupamos al nacer como equivalentes del falo que colma la falta de la madre.

El narcisismo está siempre presente, aunque a veces sea en forma aparentemente invertida. En los altruistas que después se jactan de serlo, en los humildes que se enorgullecen de su humildad, en el que aparentemente se autodesprecia, en el depresivo también, incluso en el conmovedor amor parental, tan infantil en el fondo, y que no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres.

Es importante ser conscientes de ello, y a través del análisis, poder hacer algo más productivo con ese narcisismo, y no por una cuestión exactamente moral, sino para permitir que los sujetos sean más libres respecto de las paradojas del yo y puedan vivir más de acorde con sus verdaderos deseos.

Gracias por vuestra atención.


Manuel Baldiz Foz nació en Barcelona en 1952. Cursó la carrera de medicina y se especializó en psiquiatría. Paralelamente se formó como psicoanalista y ejerce en su ciudad natal.

Ha colaborado en muy diversas instituciones públicas y privadas de la salud mental, intentando potenciar una escucha de los malestares y los sufrimientos que vaya más allá de los modelos reduccionistas biológicos ó psicológicos.

Es miembro fundador y docente de ACCEP (Asociación Catalana para la Clínica y la Enseñanza del Psicoanálisis) y analista miembro de la EPFCL (Escuela de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano).

Apasionado explorador de las articulaciones entre el psicoanálisis y otros campos del saber y el arte.

Tiene numerosos artículos publicados en revistas psicoanalíticas, médicas, y de cultura general.

Coautor de los libros colectivos “Salud mental” (editorial Doyma, 1992) y “Conceptos freudianos”(editorial Síntesis, 2005).

Coautor -junto a Mª Inés Rosales- de “Hablando con adolescentes” (Diván el Terrible, Biblioteca Nueva, 2005).

Autor de “El psicoanálisis y las psicoterapias” (Diván el Terrible, Biblioteca Nueva, 2007).


En Internet se pueden consultar algunos de sus textos poniendo “Baldiz” y a continuación el título:

Notas (parcialmente psicoanalíticas) sobre el humor y la ironía

El psicoanálisis frente al discurso del Amo contemporáneo

El hombre freudiano y el nuestro

La primacía femenina en el mundo psicoanalítico

¿Diván ó cara-a-cara?

Las sesiones a-temporales

De entrada, un síntoma que no es un síntoma

De críticas y resistencias (siete críticas habituales al psicoanálisis y a la cura analítica)

El no i els límits: ingredients fonamentals en la construcción de la subjectivitat

Algunas reflexiones sobre la transexualidad

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