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Narciso y sus extensiones

Por Raúl Jorge Aragonés

Freud nos trajo a Narciso con todos los atributos del homo sapiens recatándolo de los de los mitos y de las creencias que lo ocultaron durante diecinueve siglos. Sin dejar la clínica Freud lo buscó en la Antropología y en la Filogénesis a la vez que profundizaba el conocimiento de su desarrollo normal y patológico con su ya clásica visión topológica y estructural de la personalidad, con sus tres modelos del yo y del narcisismo y sus tres mecanismos de formación de síntomas.

Tratando de retomar lo que sugiera el título lo que propongo es ir en busca de los antecesores de Narciso con el fin de encontrar las raíces de sus extensiones y hacer un poco de historia de la prehistoria.

Todo empezó con el primer Narciso, el sujeto de la prehistoria. ¿Porqué sus extensiones? Porque al igual que la célula primitiva que creó su reino en un “adentro” separándose del caos universal, Narciso, el de la prehistoria, con sus extensiones fundó su propia adentro, creó su propia realidad, sus propias leyes base de lo que hoy denominamos mundo subjetivo y objetivo.

LA NOCIÓN DE OBJETO.

Antes de la aparición del homínido no había ningún objeto, ninguno, no había un mundo objetivo ni un mundo subjetivo, no había lo que llamamos realidad. Todo comenzó con “la noción de objeto” que trajo el sujeto de la prehistoria.

Con la noción de objeto algo inédito surgió que puso en marcha a la Humanidad, marcha que no se detuvo y que diferenció al homínido de las otras especies, poniéndolo enfrente y abriéndole las puertas del gran Almacén de la Naturaleza con lo que inició la construcción de la realidad de la criatura humana. Es una noción que el homínido desarrolló a través de varios millones de años con el objeto-cosa, para, en una segunda fase, tomarse a sí mismo y al semejante como objeto. Esta nueva apertura creó las condiciones para la aparición de nuevos homínidos hasta arribar a la realidad del Homo Sapiens. Es una noción que se transmitió y se perfeccionó de degeneración en generación y la contraprueba de su presencia es que los desafortunados que no la recibieron (niños asilvestrados) permanecieron en el reina de la Naturaleza1.

Esto no siempre se pensó así. El haber negado la existencia del sujeto de la prehistoria hasta mediado del siglo XlX sitúo a la humanidad durante siglos “con un mundo ya hecho” con múltiples creencias e interpretaciones que desconocían el origen humano y el de su realidad.

Se dice que la noción de objeto empezó con Lucy, la australopiteca hace 4 millones. Antes, el uso de elementos ya la habían iniciado con su kit los chimpancés, acciones que habían quedado incorporadas a la repetición de los instintos. Con Lucy se superó el cerrojo del atrapamiento milenario de los instintos. Quizás el incentivo y el disparador fue la “lasca”, una prótesis, una incorporación, una extensión del sí mismo y, cuesta creer, que aquel “cortar” separaría dos universos que abriría las puertas, pasando de la inmediatez de la simple necesidad, al deseo de “lo otro”, temporalidad precursora de la voluntad y el poder de “hacer mío” todo “lo otro” de los objetos.

Fue la magia de la noción de objetos con lo que nuestro Narciso cambió el destino y función de los elementos de la Naturaleza transformándolos en extensiones del sí mismo y en reserva de sus necesidades: una incomparable trasmutación alquímica. El sujeto adquirió un don: todo, todo, podía transformarse en objetos, los tres reinos de la Naturaleza, el semejante, uno mismo.

El sujeto necesitó de dos miradas para que “la cosa” se transformara en “objeto. La primera responde a la imaginación y un saber que prefigura lo que va a transformar; la segunda es acción y aprendizaje que permite acoplarse al objeto como una extensión del sí mismo. La noción de objeto se sustentaba en un proceso mediado y temporalizado en que se iba desarrollando el “sí mismo”, un “sí mismo” que es la resultante de un sujeto desdoblado que se trata como un objeto y se acopla a “la cosa” como objeto “mío”. De pronto se había hecho presente la condición del “ser” y el “tener”.


EL ARTICULADOR


El sujeto se hizo sujeto relacionándose primero solo con el “objeto cosa” (mineral, animal o vegetal) seguido, mucho después, por el vínculo con el objeto-sujeto, el semejante, tiempo preparatorio a la llegada de homo sapiens y de la formación la estructura de parentesco.

En ambos casos siempre medió un mismo proceso, universal e ineludible. Consta de una primera fase, de acoplamiento, de fusión, “se es 1 con el objeto”. Seguida del “el tener” que es la primera apropiación de “lo mío”, es el “soy” extendido en el mundo objetivo y subjetivo, en que se es 1 y se es 2, la base del “sí mismo”. Hay un tercera fase en que “el tener” se hace universal, “la cosa se hace objeto” dando nacimiento al mundo objetivo, en el que el objeto tiene existencia propia, es de todos y no es de nadie, tiene características que lo liga a un conjunto que reclama un espacio y un nombre propio. Fue un largo proceso de exploración, creación, amoldamiento e identificación: el objeto como extensión, se sumó a la mano aportando nuevas funciones, acoplamiento mutuo que inauguró un sí mismo como anticipo de un futuro esquema corporal paralelo imaginario hecho con sus nuevas extensiones.

Estas tres fases, como veremos más adelante en la relación con el semejante se repitieron y dieron lugar al sujeto nacido por trasmisión, el Sapiens, a la estructura de parentesco y a un orden social.

La relación con el objeto cosa


¿En qué consistió este primer paso que le permitió al Narciso de la prehistoria liberarse del determinismo biológico, crear otra realidad y plantarse como sujeto con otra ubicación y poder frente a las cosas y que lo hizo dueño y señor de las otras especies y de los elementos de la Naturaleza? “LO MÍO”.


Lo primero puede haber sido hacer “mío” a las “cosas” como parte del “sí mismo”, como una prótesis en acción, invistiéndola de funciones, en un vínculo de doble apropiación y doble inscripción que al hacerlas “mía”, las objetivaba en el espacio externo y las subjetivaba en el espacio interno. De esta manera surgió el sujeto que quedó entronizado, que hizo “mío” a los elementos como parte de sí, estableciendo un vínculo del “ser” y el “tener” con lo que hizo a la “cosa” “objeto” como extensión del sí mismo. Nuestro homínido, con este primer paso se ha salido del único escenario que la Naturaleza había desplegados durante varios millones de años. El antecedente de “lo mío territorial” se ha transformado en “lo mío” de los objetos, en las pertenencias, en lo propio del ser, que hace al ser, sujeto.


LA MEMORIA, LOS ESPACIOS Y EL TIEMPO DE LO MÍO.

Para que esto ocurriera hizo su aparición una invisible membrana que separaba lo interno de lo externo (lo subjetivo de lo objetivo) Eran dos espacios por hacer, vírgenes, sin límites, que iniciaban un camino de apropiación por mutua alimentación, haciendo a “lo otro” “mío” en el doble escenario. Se es” y “se tiene” en este doble escenario propio, en que “lo mío” los identifica y quedan inscriptos en una pieza fundamental de la noción de objeto: la “memoria de lo mío”.

“Lo mío” contenía una condensación y un centro que unificaba y discriminaba lo interno de lo externo. Ambos podrían crecer en los espacios ilimitados de la subjetividad y de la objetividad que quedaban atesorados en la memoria de “lo mío”.

Con “lo mío” se salió de la inmediatez y con la memoria se hizo presente otra dimensión, “el tiempo y el espacio de “lo mío”, la dependencia, la pérdida, el reencuentro, el cuidado y la conservación de “lo mío”.


DE LA NECESIDAD AL DESEO DE “LO MÍO”.

Este proto-yo, este sí mismo, con sus representaciones y objetos ha quedado ligado a los imperativos del “ser” y el “tener”, “soy y tengo”, conjunción que transformó la necesidad en deseo de “lo mío”, a la apropiación, a la posesión, a la identificación y al cuidado de lo propio, abriendo el paso a la voluntad y al poder.

El sujeto comenzó a buscar completarse con el objeto, sensible con lo que le falta, eufórico con el descubrimiento, afectado con la pérdida, alegre con el reencuentro de una completud ilusoria, siempre renovada y abierta a nuevos hallazgos.


LA DEPENDENCIA.

Con el objeto surgió el vínculo de dependencia de “lo mío”, “la verdadera dependencia”, base de todas las dependencias futuras: soy con el objeto, son parte del sí mismo, con él me completo y dependo. Me da una segunda piel, otros brazos, otras piernas, fabrica alimentos y hasta alas. Al final, el sujeto ha emigrado a otro espacio que sus extensiones han creado, todo es mundo objetivo.


LOS AFECTOS.

A la vez, este frágil e incipiente vínculo sujeto-objeto conllevó desde su inicio a nuestro Narciso de la prehistoria al nacimiento de los afectos y de las emociones humanas.

El sustrato profundo hay que buscarlo en que son extensiones del sí mismo, “del ser o no ser”, “de tener a no tener el objeto” estados que aportan tanto los matices como los grados extremos de dependencia afectiva que abrirán las puertas a los procesos de duelo: de pérdida (no soy, no lo tengo) o de exaltación yoica (tengo, luego, soy) que reverdecerán en la transmisión de la noción de objeto al semejante, sobre todo en la dependencia fundamental, la del bebé con la madre.


LA NOCIÓN DE OBJETO Y LOS INSTINTOS.

Los instintos fueron perdiendo la inmediatez, se acoplaron al objeto y a su desarrollo. El primitivo objeto de la descarga (que no es “objeto”) quedó incluido o sometido al “objeto”. La relación dejó de ser simplemente de descarga y se hizo “objetal”. El sujeto buscó acoplarse y articularse con el medio con un nuevo impulso, fusional y de discriminación en que “la cosa” es “mía” y “la tengo”, en el triple sentido del “ser”, el “tener” y a vez “es lo otro” con lo que se abrió el espacio a un mundo objetivo y a la representación y a la significación.

Con la noción de objeto “la cosa” desapareció, el escenario fue otro, el sujeto solo encontró allí al objeto, la representación o la palabra que la nombra.


FUSIÓN Y DISCRIMINACIÓN.

La fusión correspondió al “ser” con el objeto, al acoplamiento (soy con el objeto); “lo tengo” correspondió a la discriminación (con doble representación interna y objetivación exterior); finalmente la cualidad “del ser del objeto” correspondió a “lo otro”, a la terceridad: pertenece a una estructura simbólica, que responde a categoría y patrones: la lasca, sirve para cortar; la ropa sirve de segunda piel; la casa, membrana protectora, tercer piel.


EL SUJETO.

La nueva célula, “nuestro Narciso prehistórico”, el sujeto, se acopló a los elementos de la Naturaleza apropiándoselos, transformándolos en extensiones propias, moldeándolos de acuerdo a sus necesidades para aprovisionarse, para reparar algo que le faltaba o para multiplicar y proporcionarse capacidades impensadas.

Con estas capacidades el sujeto, como unidad, introdujo variables con las que superó a la biología. Pudo acoplarse y diferenciarse, adueñarse y transformar todo la que la Naturaleza había creado, pudo “ser” y “tener” (manos libres), pudo acoplarse y desacoplarse, entrar y salir, explorando y conservando en sus espacios interno y externo, lo adquirido. Con el “ser” y el “tener” (manos libres) introdujo otra dimensión, la terceridad. Todas son extensiones que funcionan como reguladores propios de su nueva homeostasis y de lo que depende su nueva posición.

Con estas condiciones, el sujeto fue el gran hacedor capaz de moldear todas las cosas en objetos (desde desviar la cuenca de un río, construir el Partenón, hacer de lobos, mascotas) trasmitiendo, enseñando o cuidando a otros y hasta tratarse el mismo como objeto, aprendiendo, cuidándose. A la vez fue el gran depredador, apropiándose de todos los elementos de los tres reinos para su beneficio, transformándolos en objetos. Capítulo aparte fue su trato con el semejante sometiéndolos a su designo, a veces, como objeto y a veces como cosas. Los instintos de vida y muerte, vistos desde la dualidad sujeto-objeto, pronto quedaron subordinados a estas polaridades.


LA BISAGRA.

Así, la noción de objeto abrió las puertas al sujeto y al objeto a ser algo que no existía, creando nuevos escenarios pegado/ despegados de la Naturaleza y de la Biología, en la frontera, estableciendo también una particular relación de vecindad en que se trasvasaron sus elementos al nuevo espacio, dándole nuevos contenidos y significación, plasmando toda la realidad humana.


La relación con el objeto-semejante

Nuestro primitivo Narciso se orientó primero hacia el objeto-cosa, más adelante hacia el objeto-semejante. El sujeto había descubierto en el semejante al objeto, se vio a sí mismo como objeto y se ofreció como objeto. Se replicó en el encuentro con el semejante desarrollando una particular dialéctica en espejo al desplegarse la noción de objeto entre ambos: todos eran objeto-sujeto del otro. Al acoplase se establecieron lazos de dependencia generacional y de alianza, creando múltiples lugares virtuales con funciones que aguardaban a cada uno de sus miembros y que generan estructuras de parentescos y sociales.


SALIDA DEL TERRITORIO.

Ya amanecida la noción de objeto no tardó en imponerse la ley de objeto teniendo finalmente “los alfa” que ceder su lugar a otras organizaciones con otros liderazgos.

Con el sujeto entronizado con sus objetos, sus pertenencias, en su nuevo espacio-tiempo el sujeto se desprendió de las leyes territoriales e inició la larga marcha.


CAMBIO TÉCNICO, CAMBIO SOCIAL.

A lo atávico territorial se impuso el nuevo modelo objetal, “el sujeto”, el que maneja el “articulador” del “ser, tener y lo otro”, con las nuevas formas da apropiación, dependencia y memoria de “lo mío”. Estos cambios, aplicada a lo social, tomaron las formas dinámicas del líder (el sujeto) y grupo (los objetos).


EL SEMEJANTE.

Las relaciones con el semejante dieron lugar a los vínculos adquiridos en forma recíproca, generando múltiples variables de la relación sujeto-objeto: sometimiento, protección, intercambio de lugares, relaciones simbióticas, perversas o tanáticas, donde la vida y a muerte y la voluntad del poder encontrarían un nuevo formato para manifestarse.


LA DIFERENCIACIÓN DE LOS SEXOS.

La noción de objeto humanizó la sexualidad. El “otro” pasó a ser “objeto”: ser y tener; es mía/o; la/o tengo; es otra/o. El “objeto de la descarga” del tiempo territorial fue relevado por las nuevas investiduras del “objeto”, como iniciación y transmisión generacional.


TRASMISIÓN Y ESTRUCTURA DE PARENTESCO.

“Todos somos y todos tenemos” es una ampliación de “lo mío” de la noción de objeto de la dupla madre-hijo2 que se extenderá al recambio de las generaciones y lateralmente a los parientes allegados conformando la estructura de parentesco3. Son solo lugares virtuales, simbólicos cuyas funciones están determinadas por su posición sujeto-objeto entre las ordenadas y abscisas de las estructura de parentesco. Detrás de la madre contaba el padre y detrás todo la estructura, todos lo tenían y él tenía a todos. El ligamen toma formas propias por la posición, potenciado ahora, por el vínculo recíproco, por la diferenciación de los sexos y por la importancia que aporta “lo otro” de “la terceridad”.


LA INICIACIÓN.

Lo espera la madre que se acopla al bebé y lo hace como un pseudópodo de una compleja estructura (de parentesco, social) a al que él tiene que acceder como sujeto-objeto.

Lo espera la madre en su lugar con sus objetos (la cuna, el chupete, la ropa, el biberón) que son sus representantes. En un comienzo el bebé no distingue los objetos inanimados de los objetos animados. Para él todo está por ser, pronto todos serán objetos transicionales, objetos-cosa/objetos-mamá, de naturaleza híbrida.

La madre lo inicia, toma al bebé como objeto y se ofrece como objeto siguiendo la dialéctica del ser y el tener. Eres mío y te tengo, soy tuya y me tienes doblemente a mí, de hecho y a mis representantes. El hecho diferencial es que ella como sujeto puede estar y no estar como objeto: puede estar como madre o sus representantes (objeto híbrido); dejarlo solo con los objetos (la cuna, el chupete); o ponerlo en el pecho. Son tres situaciones básicas “del articulador” que dan lugar en el bebé al juego discriminatorio de “lo mío” del ser (fusión), de lo “mío” del tener (discriminación) y “lo otro”, base de la noción de objeto.

Estamos en presencia de la primera triangulación, en el portal de salida de la ambigüedad (objeto híbrido) y de entrada en el mundo objetivo y subjetivo en que se pueden producir desenlaces diferentes: el bebé puede discriminar tanto a la mamá como a los objetos (objeto-mamá/objeto-cosa); permanecer con del objeto híbrido en forma total o parcial (el osito, objeto transicional); decantarse hacia las subjetivación (todo es mamá), o hacia la objetividad (todo es objeto, chupete, cuna)

Completada la primera triangulación y discriminado lo animado o de lo inanimado, (objeto-madre, objeto-cosa), la madre continúa el proceso objetivando, (discriminando)4 las partes corporales confundidas de los dos. Proceso por el cual el bebé reconoce partes de la madre y partes de él: de “ser, a tener y a no tener el pecho”(el pecho se hizo “objeto” del mundo exterior); soy, tengo mis manos, mi boca, mi esfínter, mis sensaciones. El bebé ha objetivado partes suyas (“objeto” del mundo exterior) pudiendo quedar “islotes” (objetos transicionales) que perduran, no resueltos.

El pasaje por triangulación edípica situó al niño de lleno en la resolución del narcisismo, abandonando la hibridez sexual y alcanzando la identidad de género, teniendo padre y madre e ingresando a los lugares simbólicos de la estructura de parentesco y social a la que pertenece, a la que tiene que acceder y encontrar su posición como objeto y como sujeto. Aquí aparece Freud.


REMATE.

Al sujeto hay que buscarlo en la prehistoria cuando en un acto de apropiación, con la lasca en la mano, creó un “adentro” al igual que la primera célula. La célula necesito de la membrana para protegerse del caos cósmico y fundar sus reinos; el sujeto de la prehistoria con “la memoria de lo mío” creo su adentro y con “manos libres” un afuera, sus extensiones, que puso distancia con su pasado animal y reinscribió, paso a paso su realidad. Narciso, su heredero, encontró su espejo en sus semejantes, “todos somos, todos nos tenemos, nos diferenciamos” con lo que fundó su propio “adentro”, subjetivo y objetivo, nuestra realidad.

Bibliografía

Aragonés, R., J., (1999), El narcisismo como matriz de la teoría psicoanalítica, Nueva Visión.

----------------------- (2004), Memoria del territorio, Biblioteca Nueva

Freud, S., (1914), Introducción del narcisismo, A. E., XlV.

---------------- (1915/1917) Duelo y melancolía, A, E., XlV.

(1923), El yo y el ello, A. E., XlX.

---------------- (1925-1926), Inhibición, síntoma y angustia. A. E., XX.

Picq, P: 2005) Nueva historia del hombre, Ediciones Destino


Winnicott, D.: (1945) “Desarrollo emocional primitivo”, REV. de PSICOANÁLISIS, 1947, 4.

------------- (1951/53) “Objetos y fenómenos transicionales, Un estudio sobre la primera posesión no yo” en REV. DE PSICOANÁLISIS.

11Fueron muchos, paradigmáticos el caso de Amala y Kamala descubiertas en 1920. (P. Picq)


2 Ahora bien, la importancia que se le dio al neonato como hacedor del vínculo de “lo mío” pareció borrar doblemente la primitiva naturaleza de la noción de objeto. Primero, ignorando su origen, con en el objeto-cosa; segundo, queriendo dar por explicada la relación objetal del bebé, por la experiencia de satisfacción con el pecho (“objeto de la descarga”, se queda en la biología), sin contar con la madre y la transmisión

Como veremos en el párrafo siguiente siempre hubo un interjuego entre el objeto-cosa y el objeto-madre (objeto transicional) que le abrió las puertas al bebé al mundo objetivo y subjetivo. Es a la reciente revolución técnica que le corresponde haber hecho mucho más visible los campos de influencias mutuas entre subjetivación y objetivación.


3 “Lo mío” de la noción de objeto creó con el objeto-cosa un mundo de objeto, “Lo mío” con el semejante creó la estructura de parentesco.


4  Freud lo describe como identificación dentro de un duelo narcisístico. Cuando se abandona la unión fusional, Freud pone el acento en la pérdida y en lo que se interioriza (objeto interno, mundo subjetivo). Aquí subrayamos el nacimiento del objeto, la aparición del mundo exterior. Ambos proceso crean una nueva realidad, un “adentro”, al lado de la Naturaleza.

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