SIGMUND FREUD: LA VALEROSA AMBIVALENCIA
Dr. Leopoldo Mario Galak
A veces la obra de pensadores, científicos o intelectuales emergentes
de la cultura judía se convirtió en universal por su valor
de originalidad intrínseca, independiente dependientemente
de los orígenes del autor.
La elección de un ejemplo individual, Sigmund Freud, también
se basa en conceptos que tengo y que se ligan con algunos referentes:
Que la cultura le proporciona al pensamiento sus condiciones de formación,
de concepción, de conceptualización, a la vez que empapa,
modela y dirige los conocimientos individuales.
La cultura y la sociedad están en el interior del conocimiento
humano y no sólo son externas.
Un acto de conocimiento individual es un suceder cultural, y todo suceder
cultural se hace presente en un acto de conocimiento individual.
Hay, por lo tanto, que introducir a la sociedad (a través de la
cultura) en el conocimiento de los individuos.
La relación entre los espíritus individuales y la cultura
es (en esto convengo con E. Morin) hologramática y recursiva. Hologramática,
en tanto la cultura está en los espíritus individuales y
éstos están en la cultura. Y recursiva, porque hay inter-retro-acciones
entre el individuo y la misma.
Existe un narcisismo hostil (H. Arendt) y un narcisismo de las pequeñas
diferencias (S. Freud) que comprometen la integración de las culturas
marginales.
Mi deseo es articular la relación ambivalente entre lo general
(acontecimiento) y lo particular (evento) a través de la peripecia
existencial de Sigmund Freud y su obra, par dialéctico de insustituible
ligazón.
Freud no podía dejar de ser influido por la sorprendente dualidad
de las fuerzas que moldeaban la vida en torno suyo. Como judío,
sintetizaba en su persona lo nuevo en lo antiguo. Como hombre inmerso
en la Viena finisecular, necesitaba pagar tributo de fidelidad a esa atmósfera.
Este conflicto iba a reflejarse en la estructura y en el carácter
de su obra.
Un profundo dualismo distinguió siempre a sus teorías psicoanalíticas.
Su predisposición a penetrar bajo la superficie de las cosas tiene
que haber recibido impulso de contraste entre la alegre vida externa vienesa
y el bajo concepto en que los vieneses tenían a los judíos.
Es así que Freud llegó a la edad adulta con una urbanidad
vienesa típica, y a la vez una independencia y orgullo, una confianza
en su destino, que la madre había inculcado en él. Su ingenio
y su gusto por las historias satíricas, que era en el fondo judío,
se vinculaba también con el gusto vienés por la ironía
melancólica y exagerada. En algún aspecto fue producto del
incómodo matrimonio de las dos culturas en cuyo seno se hallaba,
la judía y la vienesa.
Nunca he podido comprender por qué habría de
avergonzarme de mi origen o, como entonces comenzaba ya a decirse, de
mi raza. Asimismo, renuncié sin gran sentimiento a la connacionalidad
que se me negaba. Pensé en efecto que para un celoso trabajador
siempre habría un lugar, por pequeño que fuese, en las filas
de la humanidad laboriosa
(Decía en su Autobiografía)
FREUD COMO JUDÍO
Concebimos al judaísmo como un abanico de posiciones cuya suma
es más que el todo. Podríamos hablar de la cultura judía
en su forma religiosa (símbolos, ortodoxia, reformismo); política
nacional (sionismo, laicismo); cultura institucional (creación
de instituciones, seminarios); universalismo racional (M. Buber); y también
como identidad. Siendo ésta, la identidad judía, un sistema
de percepciones y actitudes de la persona hacia sí misma.
Por otro lado, el judaísmo tiene que ver con un cierto encaje o
enclave de un mundo, que es el contemporáneo, que lo reconoce como
minoría religiosa.
Entonces, Freud recibe influencias sociales, intelectuales, filosóficas,
centrípetas, -desde el entorno judío-, y centrífugas,
-hacia su universalidad-.
Nací el 6 de mayo de 1856 en Freiberg
., mis padres
eran judíos, yo he seguido siéndolo. Creo que mi familia
paterna vivió mucho tiempo en la región renana, en Colonia,
y con motivo de una persecución contra los judíos en el
siglo XIV o XV, volvió a Lituania
- desgrana Freud
en su Autobiografía.
Antes de que naciera, murió su abuelo Schlomó, por quien
recibe el nombre según la tradición judía. Ese abuelo
poseía el título de rabí, no significa esto que ejerciera
como tal, sino que ésta era una distinción que se daba a
las personas honorables y cultas. Su padre, Jacob, escribe: Mi hijo
Schlomó Sigismund nació en el día 1º de Iar
de 5616 a las seis y media de la tarde
Ocho días después, el bebé fue circuncidado por el
moil Samson Frankl, entrando de ese modo a la alianza judía.
Después de algún tiempo, alguno de sus admiradores más
imaginativos habían sido impresionados por el significado simbólico
de su nombre: Sieg significa en alemán: victorioso o victoria,
mund significa boca y por extensión, voz o expresión.
Setenta años después, Freud escribe a la Bené Berith
lo siguiente:
Debo confesarles que ni la fe ni el orgullo nacional me ligaron
al judaísmo, pues siempre fui ateo, educado sin religión
con todo, subsistían muchas cosas que hacían irresistibles
para mí la atracción de lo judío y el judaísmo:
potencias sentimentales oscuras y grandiosas tanto más poderosas
cuanto difíciles de expresar en palabras; la clara conciencia de
lazos íntimos, la secreta familiaridad de poseer una misma arquitectura
anímica. ( S.E. Tomo XX. Pág. 274).
La emancipación judía llega a Europa Central en 1867.
Se otorga la igualdad de los derechos civiles a los judíos, libertad
de vivienda y circulación; los mercaderes se asimilan a los tiempos,
renuncian al idish, cambian sus vestimentas, cae el gueto, comienza un
judaísmo liberal.
Antes de la emancipación, siglo XVIII, podría clasificarse
a los judíos que vivían en la Europa Central en cinco grupos:
Las familias toleradas por su poder económico (la aristocracia
del dinero).
Los sefaradíes llegados de Constantinopla, ricos en su mayoría,
que hablaban ladino.
Los mercaderes de las ciudades.
Los vendedores ambulantes.
Los campesinos itinerantes.
A partir de la emancipación, emerge una especie hasta entonces
inédita: el intelectual judío urbano, personaje dilucidado
por tendencias contradictorias, vacilando entre una oscura fidelidad al
pueblo perseguido que en su fantasía abandona, junto a un remordimiento
igualmente oscuro nacido de este alejamiento, y una insulsa voluntad de
triunfar del otro lado.
En esta apariencia ubicaremos a Freud y una de sus valerosas ambivalencias.
El judío tiende a sentirse extranjero frente a la mayoría
prejuiciosa, racionalizante y hostil, que lo asedia con sus resquemores.
Freud, judío, apoyado en el cosmopolitismo de la razón,
atacará ese embate.
Frente al panorama que vengo recorriendo, se plantearían alternativas
para esa época histórica, alternativas de destino
- como suelo llamarlas. Una sería la opción religiosa a
favor de la fe, con la segregación concomitante. Otra sería
la solución asimilacionista, con negación parcial (Heine)
o total (Marx) de la condición judía. Y finalmente, la salida
sionista, que comenzaría a esbozarse a fines de la década
de 1870.
Tal vez, salvo la primera opción, Freud probó con las otras
dos, como veremos enseguida sin olvidarnos que al final de su vida, llegando
a Londres dijo: Aquí viene a morir un viejo judío.
Están descriptos algunos personajes hebreos con los cuales Freud
eventualmente se habría identificado: Aníbal, Massina, José,
Moisés, por ejemplo.
Si bien emerger sin conflicto identificatorio, en esa época era
prácticamente imposible, Sigmund Freud y su familia nunca se convirtieron
al cristianismo, como Mahler, por ejemplo, ni estuvieron a favor de los
matrimonios mixtos.
me vi obligado a aprender la lección
de que la fe de los padres no puede ser negada impunemente cuando se es
un hijo y cuando se tienen hijos.
¿Sabes lo que me dijo Breuer cierta noche? Que él
descubrió la persona infinitamente valiente y carente de temor
que yo oculto bajo mi máscara de timidez
Siempre creí
eso de mí mismo, pero nunca me atreví a decírselo
a nadie. A menudo me sentí como si yo hubiese heredado toda la
pasión de nuestros antepasados cuando éstos defendieron
su templo, como alguien que entusiastamente brindaría su vida por
una gran causa
(carta a Marta Bernays, su novia)
Decíamos ut supra que las actitudes post-emancipatorias de la judeidad
podrían ser la asimilación, la religión o el sionismo.
Freud coqueteó con las tres.
En cierta oportunidad, pensó seriamente convertirse. La historia
dice que lo que estaba en juego en él era una fobia hacia la ceremonia
ritual matrimonial judía. Breuer , su colega y amigo, le convenció
que desistiera de esta idea demasiado complicada. ¡Zu kom
pli ziert!)
La intención de conversión asimilacionista se desmadró
inmediatamente en él. Nunca volvió a presentársele.
En cuanto al Freud sionista, vertiente poco conocida del gran maestro
vienés, cabría recordar el regalo de su libro La Interpretación
de los Sueños al Dr. Hertzl, con una dedicatoria halagadora
para el poeta y luchador por los derechos humanos.
Por otro lado, Hertzl aparece en un sueño de Freud, tratando de
convencerlo de la necesidad de una acción veloz, si es que el pueblo
judío tenía que ser salvado.
El sionismo es un movimiento político internacional destinado al
establecimiento de una patria para el pueblo judío en Israel. Fue
acuñado como término en 1890 por el editor Natán
Birnbaum, del movimiento estudiantil Kadima, donde militaron, -como veremos
después-, los hijos de Freud.
Cabe consignar que existen diversas corrientes de opinión acerca
de qué es y qué debe ser el sionismo. Situaremos a Freud
como simpatizante del sionismo general. Es necesario señalar que
este movimiento puede ser socialista, revisionista, general, religioso,
político, realizador, sintético o espiritual. Sería
muy largo detenernos en cada uno.
Otra ambivalencia freudiana sobre este tema la encontramos en las siguientes
palabras vertidas en una carta del 25 de abril de 1926 al Prof. Thieberger:
Por el sionismo sólo siento simpatía, pero no abro
juicio sobre él, sobre sus posibilidades de éxito, ni sobre
los posibles peligros que lo acechan.
En un trabajo de Fraenkel se reseña que cuando Hertzl en 1896 imprimió
su Judenstat, los miembros de un club estudiantil llamado Kadima (fundado
en 1882) fueron muy allegados a Freud y su familia, tanto que su hijo
Martin, afiliado a ese club sionista, se prometía a sí mismo
ayudar a defender con todas sus fuerzas el derecho judío. Esta
actitud fue aplaudida por su padre, alborozándose de la ideología
de Martin, quien tal vez pudo hacer lo que Freud reprimió. Acotamos
que Ernesto Freud, otro de sus hijos, sionista activo, fue dirigente de
una organización juvenil de orientación sionista llamada
Bloi-Veis (sabiduría azul).
Además, Martin habló sobre el judaísmo de su padre,
sobre su abuela que hablaba idish, usaba peluca y prendía las velas
en vísperas de los sábados, en una conferencia auspiciada
por la Organización Sionista en Haton (Liverpool).
Es conocida también la membresía de Freud a la Bené
Berith, y su afición por la sala de lectura de la Academia Judía,
lugar donde, además de estudiar, daba conferencias.
En 1930 Chaim Koffler, miembro vienés del Keren Hayesod (organismo
fundado en 1920 con vistas a la radicación de inmigrantes en Palestina),
invita a Freud a apoyar la causa sionista. Éste declina la propuesta
aduciendo que las circunstancias críticas actuales no incitan
en absoluto a hacerlo
Más adelante agrega:
Tengo sin duda los mejores sentimientos de simpatía por los
esfuerzos libremente consentidos, estoy orgulloso de nuestra Universidad
de Jerusalén y la prosperidad de los establecimientos de nuestros
colonos me llena de júbilo. Pero, por otro lado, no creo que Palestina
pueda jamás llegar a ser un Estado judío.
El texto de esta carta ha sido esgrimido por los antisionistas para situar
a Freud adverso al movimiento sionista, incluso -(en una actitud deleznable)-
instauraron la mentira que el poder sionista había
escondido esta carta durante muchos años. La referencia a las circunstancias
críticas actuales en la carta de respuesta al pedido de Koffler
creo que aluden a la época prenazi y a la necesidad del movimiento
sionista de buscar adeptos por su prestigio. Recordar que en mayo de 1933
fueron quemados algunos libros de Freud por los nazis en Berlín.
Su obra fue proscripta en Alemania.
En mayo de 1936 Kadima le envía una felicitación por su
cumpleaños. Él prestamente responde: Vuestro Freud,
vuestro camarada
Unos meses después, en julio, fue
nombrado miembro honorario de la institución judeo-sionista. A
más de merecer la banda de oro purpúrea, distinción
máxima de la organización de la institución, sólo
otorgada a figuras de la talla de Hertzl, Nordau, Bieres, entre otros.
El maestro no vaciló en colocársela, orgulloso, sobre su
pecho.
Ese mismo año, Thomas Mann, el escritor alemán, dio una
elogiosa conferencia: Freud y el futuro, en la Sociedad Académica
de Psicología Médica de Viena, en homenaje a los 80 años
del maestro.
En cuanto a la religión, Freud declara ser un completo no creyente.
Tengo le dice al pastor Fitster- una actitud totalmente negativa
hacia la religión, en cualquier forma y dilución.
Esto también resulta un tanto ambivalente. Vendría en nuestra
ayuda diferenciar buberianamente religión de religiosidad. Religión
tendría más que ver con rituales y formalismos, mientras
que religiosidad conceptuaría el sentimiento y la creencia en algo
superior.
Dentro del concepto de fantasmas originarios (ur phantasien) acuñado
por Freud, (estructuras fantasmáticas típicas, universales,
vinculadas a un patrimonio transmitido filogenéticamente), podríamos
incluir el sentimiento oceánico, similar -desde cierta lectura-
a la religiosidad.
Claro está que para Freud el origen de la actitud religiosa debe
buscarse en el desvalimiento infantil, mas agrega sugestivamente: acaso
detrás se esconda todavía algo, mas por ahora lo envuelve
la niebla.
BASES FILOSÓFICAS UNIVERSALES DE FREUD
Freud recibe influencias sociales, intelectuales, filosóficas
de tipo universal, entre ellas se destacan sus estudios con Brentano,
su gusto por la tragedia griega: Esquilo, Sófocles y Eurípides,
su preferencia literaria por el romanticismo alemán: Goethe, Holderlin,
además fue muy aficionado a la novela de caballería española:
Cervantes y otros. Cabe comentar que aprendió a hablar castellano
como un autodidacta, para poder leer el Quijote en su idioma original.
La creencia óntica básica de Freud es su producción
del concepto de inconciente. Este concepto implica un inconciente que
no existe a modo de la cosa ni al modo de nada. Es una producción
ontológica desde la base óntica.
El genio vienés sustentó una tesis intermedia entre el cosismo
biologista y naturalista y el subjetivismo anomista foucaultiano.
La filosofía de Freud es la hermética. Si bien en su obra
hay dos tipos de filosofías fundamentales: el empirismo-racionalismo,
que se ve en el Freud del Proyecto de 1895 y la dialéctica saber-deseo,
que es aquello que es descifrable y/o producible en la interpretación.
Notablemente, esta lectura hermenéutica se aproxima a la lectura
interpretativa de la Torá (el texto al decir dice menos de lo que
dice). Cinco por ciento, revelación; noventa y cinco por ciento,
interpretación.
Decíamos entonces que Freud pasa antes de la línea hermenéutica
por una línea de racionalismo y empirismo. También pasa
de una lógica originariamente demostrativa a otra más débil
o borrosa con la introducción de la metáfora-metonimia.
El método de Freud es interpretativo. Nos quedamos con el modelo
metafórico metonímico siléptico. En
Freud hay una estructura en constante movimiento, parecida, -sólo
parecida-, al existencialismo dialogal judaico.
Lo inconciente sería una producción de sujeto a sujeto,
transferencial y abstractiva. (¡Qué parecido al Ich und Du
de Buber, no?)
Es decir, como en el judaísmo, que llevó de una religión
mítica a una religión ética, el psicoanálisis
no se deja atrapar por la idolatría, es iconoclasta y profundamente
ético. (léase lo relativo a la teoría psicoanalítica
del superyó)
El psicoanálisis pudo, a la manera en que los hebreos se sacaron
de encima la dominación egipcia, destruir los ídolos
de la tribu al decir de Bacon que son propios de la
sociedad, los ídolos de la caverna propios de
la educación --, los ídolos del forum
nacidos de la ilusión del lenguaje -- , los ídolos
del teatro nacidos de las tradiciones --, pero no se sacó
de encima, sino todo lo contrario, los ídolos genéticos,
fantasmas primordiales del nacimiento.
¿Quién como el psicoanálisis plantea la idea de un
pensamiento que no se puede pensar? Sólamente, que yo sepa, la
sofística griega y la producción teológica judía
del nombre impronunciable.
Freud bascula entre dos epistemologías: 1) cerrada, que supone
la teoría de objeto, razón racionalista; y 2) abierta, tesis
del sujeto, saber-deseo. Es decir, recordando que la epistemología
es el análisis del discurso de las ciencias, diremos que Freud
en esta segunda acepción alimenta la descreencia en la creencia
de la omnipotencia de la razón.
Es, y fíjense que similitud con el monoteísmo hebreo, la
desilusión de la omnipotencia idolátrica. Como aquel cuento
jasídico en que iban a ver al rabino para plantearle problemas;
éste le daba la razón a todos, y se iban contentos. El rabino,
en su coleto, decía: -¡Pobres, no saben que tener la
razón no es tener la verdad!.
Freud es un escéptico moderado. No la duda por la duda, sino la
duda para tratar de no dudar dudando. Es un nihilista activo. Se diferencia
y se asemeja (junto con Goethe) al pensamiento talmúdico: Lo primero
es la acción.
No olvidemos que el escepticismo es la posición que se opone al
dogmatismo.
Buscaremos ahora los discursos que puedan co-implicarse. Tanto el psicoanálisis
como el judaísmo son subversivos. Subversivo significa bajo la
vertiente, y la vertiente es lo habitual. Tanto los psicoanalistas como
los judíos somos desilusionadores ilusionantes. Sacamos la ilusión
para acentuar la acción que nos puede dar la ilusión de
ser. Se desilusiona para ilusionar de otra manera.
Ambos discursos hacen conmover al mundo. Y, como decía Anaxágoras,
a veces la amistad desune y la discordia reúne.
Hemos visto entonces, que este creador cultural judío ha oscilado
desde el apego al tronco tradicional hasta las formas más abiertas,
sin renunciar al judaísmo y de acuerdo a la bifrontalidad (multifrontalidad
hoy día) de la cultura judía en la diáspora.
León Pérez piensa que para el pueblo de Israel no cabe definir
la cultura judía sino como la suma de las creaciones surgidas de
los creadores judíos; independientemente del tema, estilo, idioma
y técnica, reconociendo su catalogación como tal el origen
judío de su creador. Es una idea, al menos cuestionable, en cuanto
la referencia sea al psicoanálisis. Éste crea una epistemología
propia, es una epistemología que revoluciona el mundo, sin ser
necesariamente un producto de la cultura judía, aunque reconozca
su soldadura con el autor. Se pliega y despliega ante él con una
imparangonable especificidad. El psicoanálisis nace gracias al
genio freudiano alrededor de un deshecho médico, la histeria. No
lo que la medicina no entendía aún, sino lo que nunca podrá
entender sin que se sacudan las premisas mismas que aseguran su existencia.
Es a través de la subversión que nace el psicoanálisis,
pero esto no es un pensar general ni absoluto. Por ejemplo: el pensamiento
religioso ortodoxo judío, en general, (véase el Rabino Shmuel
Boteaj de Concord, Londres) opina que las teorías de Freud son
absolutamente conjeturales, carentes de fundamento científico.
Se hace eco de las palabras de un premio Nobel de medicina, Sir Peter
Mecheuar, quien dijo que los pensamientos de Freud perduran como los más
tristes y extraños del siglo XX.
Podríamos encontrar citas contextuadas y descontextuadas de este
tipo, para remitirnos a una pregunta, que en el caso de Sigmund es muy
impertinente: -¿Es posible reconciliar al Freud progresista, al
judío iluminado y ateo, que había arrojado por la borda
todas las características del judaísmo de su padre con el
Freud judío, afirmado y orgulloso?
Tal vez esta tensión fue el catalizador de la creación del
psicoanálisis. Toda tensión con lo diferente, si se acepta
como tal, puede ser creativa. Pero no hay duda que hay tensión.
El deseo de descubrir algo nuevo y sorprendente es tal vez
una señal de rechazo al sometimiento a todo lo preestablecido.
Freud ejercerá luego como sujeto lo que pudo haber sufrido como
objeto. Salió del tópico de las sociedades religiosas, a
saber: el derecho a mandar es proporcional a la perfección de la
obediencia; para ejercerlo en la Sociedad Psicoanálitica a quien
delegó la brillantez de su genio.
Se me ocurre tomar la relación con Jung. La misma se basa en
varias alternativas. Indicaré sólo la que me interesa. El
padre del psicoanálisis toma su relación con Jung como posibilidad
de entrar en el mundo gentil. También en el mundo psiquiátrico
jerarquizado. Desea sacar al psicoanálisis del gueto judío
para evitar que el mismo se convirtiera en una ciencia judía que,
irónicamente llamaban ya, la ciudad judía.
Su llegada al psicoanálisis (habla de Jung), ha alejado
el peligro de ver cómo nuestra ciencia podría convertirse
en una cuestión nacional judía. (S. Freud-K. Abraham:
Correspondencia)
Abraham, destacado entre los discípulos de Freud, todos ellos judíos,
replica diciendo que el modo de pensar talmúdico no puede
habernos abandonado súbitamente.
Abraham no estaba tan errado en su prevención con respecto a Jung,
ya en 1908. Pues quince años después Jung escribió
en el Zentralblatt: El judío, que es una especie de nómade,
nunca ha creado todavía una forma cultural propia, y hasta donde
podemos ver, nunca lo hará, ya que todos sus instintos y talentos
requieren que una nación más o menos civilizada obre como
anfitriona para su desarrollo. Por supuesto, se pasó por
delante la frase de Goethe, quien dijo que los judíos son la levadura
de los pueblos. Pero, eso es harina de otro costal.
Recordemos, ya que hablamos del contexto, que el antisemitismo austríaco
precedió al alemán, del que fue, hasta cierto punto, generador
y padre espiritual, como dice Ernest Simon.
CONCLUSIONES
La ambivalencia cultural endo exo se ve claramente expresada, pues:
al poner el énfasis en la filiación judía del
psicoanálisis, Freud se propone menos probar un parentesco interno
que hacer resaltar la solidaridad frente a un mundo hostil, desdeñoso,
o en el mejor de los casos, indiferente, que no acoge las novedades sino
cuando puede hacerlas cuadrar cómodamente con sus propios presupuestos.
Libre, pero paradójicamente conocedor de la tradición greco-latina,
se encuentra con mitos, de los cuales saca sus nombres, Edipo, por ejemplo.
Pero, hay algo singular; Freud reduciría el mito a síntoma.
Esta libertad de convertir un mito en un síntoma, posiblemente
le fue otorgada porque esa tradición católica greco-romana
carecía de poder sobre él. Freud pertenecía a otra
cosa.
Para que se entienda mejor, planteo varias oposiciones dialécticas
y un entre (entre ellas), como alojamiento de lo que estamos investigando.
Ejemplos: Freud entre el gueto y la emancipación. A su vez, Freud
entre la psiquiatría y su descubrimiento: el psicoanálisis.
Entre lo singular local y lo general universal. Entre los partidarios
y los oponentes. Entre los judíos y el mundo.
Esto no podría ocurrir con un vienés que no fuera, al mismo
tiempo, otra cosa.
Una doctrina tan personal, tan fuertemente marcada al principio por su
origen local, ha llegado en definitiva a conquistar el mundo.
Generalizando, en un mundo contemporáneo, urgido desde adentro
y desde afuera, donde los valores son intangibles y se van suplantando
casi en la descartabilidad, aparece cierta singularidad que no se negocia
ni se pacta.
Esta dignidad de no negociar ni pactar tiene que ver con las etnias. Y
éstas con las culturas regionales.
Hay un sentido de identidad nacional metido en la cultura (tradiciones,
costumbres, etc.) que es muy fuerte, y a veces se potencia en lugar de
homogeneizarse.
Este trabajo intentó señalar cómo lo singular se
puede integrar sin perder su esencia.
Aún actualmente vivimos en un tiempo de prefijos: pre post
pro anti -neo, lo que da cuenta que la esencialidad de algo
es absolutamente endeble, que todo es descartable y rápido, donde
la aceptación de lo otro como distinto es cuasi imposible.
Aun así, creemos que la integración sin pérdida de
la singularidad, sería el posicionamiento más favorable
para una civilización desolada.
Freud lo demostró.
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